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Agosto 14 de 2010
Boletín del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes, dirigido a sus estudiantes, profesores y amigos

ARLENE B. TICKNER

Es bien sabido que las normas y símbolos culturales, así como los tabúes, tienen un carácter social, situado e histórico. Juzgados éstos desde los estándares de otro tiempo o lugar, pueden parecer feos, vergonzosos y hasta asquerosos. Elias plantea el problema cuando se refiere a las prácticas del comer propias de la Edad Media. El hecho de que la gente se hallara en una relación social “diferente” se manifestaba en que cogía la comida de un solo plato con las manos y bebía del mismo vaso, lo cual —traducido al día de hoy— podría considerarse poco educado, salvo que uno estuviera en un restaurante marroquí probando esa “exótica” tradición culinaria. Justamente, una de las secuelas sociológicas del proceso de racionalización occidental que describe Weber en sus inicios y Lipovetsky en su etapa “postmoderna”, es la consagración de la individuación de los seres humanos. La conversión de las personas en individuos modernos, como lo han señalado autores como Habermas y Giddens, se manifiesta en un manejo específico del cuerpo. Por ejemplo, la sofisticación de la sexualidad para compensar las altas cargas de exigencia racional de los sistemas sociales complejos y, como diría Canetti, la nueva psicología del comer y la relación del individuo con sus funciones fisiológicas.
 
 Señalo el tema por lo siguiente. Durante un extraordinario viaje familiar a la China y el Tíbet, una de las prácticas culturales más impactantes para nosotros tenía lugar en los baños públicos. Aunque las nuevas generaciones chinas se han ido apropiando de esquemas de individuación occidental como producto de la transición acelerada que ha experimentado China, es interesante ver cómo entre la gente mayor y la población tibetana en general, la relación con las funciones del cuerpo sigue siendo “tradicional”. Es decir, no existe la consabida vergüenza y asco característica de la individuación. Por el contrario, el manejo de orines y excrementos es todavía “colectivista”: en los baños públicos no se cierran las puertas, aún cuando las haya, se leen libros y revistas, se conversa tranquilamente con la persona de al lado y se “hacen las necesidades” a los ojos de todo el mundo.
 
 Fue difícil observar el carácter abierto y “fresco” del acto de ir al baño sin sentir incomodidad o repugnancia, al menos como primera reacción. Foucault diría que la anormalidad que atribuimos a ello es de vital importancia para comprender aquello que los individuos consideramos un comportamiento “normal”. El problema se explora de forma magistral en la película El discreto encanto de la burguesía de Buñuel —que recordé varias veces durante el viaje, sobre todo cuando entraba a un baño público— al mostrar a los invitados de una cena comiendo solos en el baño mientras que todos se sientan juntos en la mesa a “hacer del cuerpo”.

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